Archivo de la etiqueta: Exposiciones

El Divino Morales y el vuelo de mosca

 

Virgen_con_Niño_y_San_Juanito

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sigo aun pensando en la exposición, ya acabada, del Divino Morales. En la nueva y excelente web del Prado se puede apreciar su potencia. En uno de los cuadros se observa como la Virgen trata de proteger al Niño de la molestia de una mosca. De dibujo fino, exacto y casi pretencioso, como en una demostración, la mosca destaca y propone un juego.

La mosca es capaz de fijar la atención en lo pequeño y detallado, en lo primoroso, en el halo de luz y sfumatto, en la serenidad del rostro o en la increíble modernidad de algunos de las masas planas de color que Morales delinea con la precisión de un cirujano, o de Moholy Nagi, si lo preferimos. Y, como cuando uno, en verano, en el sopor de sombra, se entretiene adivinando el próximo vuelo de insecto, así pasea por la exposición, de un cuadro a otro, casi como en esa descripción de Cortazar: “dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés?, un ángulo recto, una línea que sube, de aquí para allá, del fondo al frente, hacia arriba, hacia abajo, espasmódicamente, frenando en seco y arrancando en el mismo instante en otra dirección…”

Ya sé que el orden cronológico de las salas nos enseña, entre otras cosas, la evolución de pincel y mirada del pintor. Usualmente eso me interesa, pero siempre me doy el gusto de volver a un cuadro, de ligar inmediatamente una idea que me persigue desde una sala por la que ya he pasado con la imagen que la dispara. Debo de ser incómodo para quienes me acompañan… Como esa mosca deamvolaba yo por entre las ideas de Morales, por entre sus cristos sufrientes, la luz plana e imposible de los maderos de la cruz, sobre fondos nigérrimos, como luciérnagas justo en el parpadeo.

Asombrado, maravillado por la potencia y la sabiduría de unas decisiones técnicas al servicio del sentimiento. Especialmente fijo en la composición de los pequeños formatos del Cristo con la Cruz. En la tez y la piel verde del Cristo muerto. En la dulzura de la Virgen, hasta que la idea de la divinidad de Morales no puede sino componerse en la certeza de que ese apodo es reflejo de la sustancia del cuadro, de la Divinidad que atrapa con su  avanzada, casi sacra forma de entender la pintura.

Y terreno pero en algo elevado, deamvuelo un poco más, como la mosca, y me empapo de esa miel, avaro de levitaciones. Ay de los que se perdieran la exposición.

Ingres en la superficie

Louis-Francois_Bertin

Ingres liberado: Retrato de Monieur Bertin. Fuente: wikimedia Commons

Confieso que nunca he sentido especial admiración por Ingres, lo cual es cuando menos una muestra de inconsciencia por mi parte. Nunca he entendido cómo un pintor tan dotado, técnicamente irreprochable y uno de los mejores dibujantes de la historia, daba en componer cuadros tan fríos, tan especialmente inconsistentes.

Quienes siguen este blog y leen mis reseñas de las exposiciones, saben que lo que cuento en ellas es básicamente la virtud del paseo y cómo la contemplación traspasa el muro. En este caso, (como siempre la exposición del Prado es impecable) se me iba el pensamiento a averiguar qué había detrás del ornato. Ingres es el depositario de la imagen más conocida de Napoleón como Emperador, una imagen alambicada (y pongo en cierta discusión la postura del brazo que sujeta el mundo) y casi cómica: el armiño es peligroso incluso después de muerto.

Ingres es alguien poseído por sus clichés. Así que la pesquisa estaba en entender por qué ese empeño, en un pintor capaz de expresar lo que hubiera querido, en endulzar sus imágenes. No hay carne, no hay tensión muscular en sus retratos, tal vez excepto en el que ilustra este post, el  Retrato de Mr. Bertin, acaudalado burgués. En comparación con sus retratos de damas o nobles, (de piel bañada por una suavidad de ángeles) Bertin es avaro, despreciativo y diríamos que cruel. Ingres dispone la luz para que sus dedos parezcan garras: el cuadro resulta ser el anuncio de una explosión.

Comtesse d'Hausonville, de Ingres. Via Wikimedia commons

Comtesse d’Hausonville, de Ingres. Via Wikimedia commons

De modo que su ambición formal (no duda en exigir la total composición de la escena de sus retratos, no duda en violentar las proporciones) es una elección intelectual que busca una idealización, como ha señalado la crítica. Ingres odia el arrebato, la sublimidad, y así sus pinturas han pasado a representar, tal vez algo injustamente, lo caduco y académico. El brazo derecho imposible de la Condesa de Hausonville así lo atestigua. Se queda en la superficie tal vez para no indagar en los límites del mundo, para no saber lo que esconde la brillantez.

Es cierto que en el paseo, hastiado de tanta tez de alabastro, encuentro cuadros, como El sueño de Ossianque me impresionan (también porque siempre me ha encantado la controversia sobre si los poemas de Ossian eran falsos). Es cierto que algunos de los dibujos expuestos son simplemente maravillosos. Incluso admiro esa renuncia a la terribilitá del pintor, que es a veces tan agradecida. Pero abandono este mundo barnizado, pulido, de Ingres con la sensación de que al arte, aunque sea una pizca, debería siempre alcanzar cierta suciedad.

Pero claro, qué sabe uno. Vayan a hacerse su propia opinión, será lo mejor. Si no les gusta, siempre pueden ir a ver la exposición del Divino Morales. Pero ese es otro post.

Ingres. Museo Nacional del Prado. Hasta el 27 de marzo

Goya en Madrid. Cartones en el Museo del Prado.

«Francisco de Goya y Lucientes 016» de Francisco de Goya - http://www.museodelprado.es/en/the-collection/online-gallery/on-line-gallery/obra/the-snowstorm-or-winter/. Disponible bajo la licencia Dominio público vía Wikimedia Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Francisco_de_Goya_y_Lucientes_016.jpg#mediaviewer/File:Francisco_de_Goya_y_Lucientes_016.jpg

Goya: La nevada. Wikimedia Commons

Repasando mis notas de la excelente exposición Goya en Madrid, en el Museo del Prado, doy con alguna idea que me atrevo a comentar. ¿Qué no se ha dicho de Goya como precursor, genio, pintor excelso o cronista social de Madrid y la Corte? De manera que lo mejor es dejarse llevar por el paseo. La exposición está compuesta por los cartones que Goya pinta para su posterior conversión en tapices en la Real Fábrica. Como siempre, el aparato crítico del Prado es excelente, y nos deja entender, puesto que no hay un hilo temático, los gustos de los patrocinadores de los siete encargos: así, desde las escenas de caza a las estaciones, pasando por los vuelos en globo, Goya presta su pincel a una gran variedad de temas: el juego, las costumbres, los niños, el deseo… Para los aficionados, un deleite: incluso se puede escuchar música de la época en una de las salas. La obra de Goya se ve escoltada por otros referentes temáticos: excelentes pinturas de Snyders, Tiépolo, Zurbarán, Velázquez…

El cartón huye de la miniatura, pues siempre hay que considerar que la hilatura de un tapiz no alcanza tal precisión, y hay constancia de las quejas de los tejedores por el excesivo detalle del pincel del artista.

Cada cartón de Goya merece una atenta contemplación, pero hay algunas piezas que nos detienen porque nos hacen contener la respiración: Riña de gatos, por ejemplo, cuya autoría se discute pero que es una delicia. La nevada es un prodigio de dramatismo y sublimidad. Pero como siempre, los cartones de Goya destacan en el trato de la vida cotidiana: las escenas del cazador embebido en la faena, como haría hoy un reportero. Eso hace que, por ejemplo, la figura central del retratado esté en una posición de tres cuartos, dando la espalda al observador. Los retratos de instantánea que capturan la expresión de los invitados de La boda: cada personaje deja depositada, con su expresión, su parecer sobre el casamiento de dos desiguales. Qué amena conversación sostuve junto al cuadro… La crueldad de la situación de los niños, a los que Goya no endulza, los perros, el baile y el juego.

Y siempre, eso es lo que me maravilla de Goya, un trato con la luz al servicio de la escena, con pantallas de una transparencia asombrosa que dibujan los planos con una profundidad inigualable. Mucho se habla de los cielos madrileños de Velázquez, pero los de Goya son campo de juego, edén de claridades. El majo lo es como Goya lo pinta: igual que Shakespeare, según Bloom, se inventa lo humano (la pasión, el gozo y condena del amor, la chispa de la comedia hecha trágico incendio), creo que Goya se inventa el Madrid de su siglo y sigue, hoy, sobrevolando la ciudad. Goya en Madrid y Madrid en Goya.

Goya en Madrid. Museo Nacional del Prado. Hasta el 3 de mayo.