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Divisionismo y Futurismo en la Fundación Mapfre

wikimedia commons

Autorretrato de Boccioni

Una excelente exposición sobre el nacimiento de la vanguardia futurista italiana.

A veces ocurre, durante el paseo por una exposición, que los cuadros se agazapan, ofrecen una mirada (pues sí, también los cuadros miran) huida y humilde. Otros más rozagantes se ofrecen, plenos de brillos. Ocurre a veces, con un pequeño formato, una oscuridad inesperada, uno de esos espacios sin pintar de Cezánne, un verde impropio en un rostro, como el de la esposa de Matisse. Luego, pues tengo esa costumbre, paseo sin demasiados objetivos (tal vez volver a mirar un gozne, una falta de ortografía, una suciedad…) y es ahí donde estos cuadros como gacelas se muestran, como si chistaran. Por eso a veces se rectifica el paso, absorbido por algo que antes no habíamos visto. Lo que voy a escribir ahora es seguramente algo ya dicho, pero es la reflexión que me ha acompañado en buena parte del recorrido de la extraordinaria exposición “Divisionismo y Futurismo, arte italiano hacia la modernidad”.

De entrada, es una magnífica exposición, que traza el camino de la independencia del pintor hasta llegar a las vanguardias, en este caso la más italiana. Se puede ver incluso la trayectoria de algunos pintores específicamente, como en el caso del gran Balla, que renuncia a sus cuadros “pasadistas” para abrazar con armas y bagajes el Futurismo , al punto de cambiar su firma por la de Futur Balla.

El divisionismo es una corriente gemela, aunque basada en otros principios, del puntillismo. Exige, como en éste, el esfuerzo del espectador para componer la imagenes. En el caso del divisionismo, se produce una separación óptica de los colores (es decir, basada en la luz) que hace que se mezclen en el ojo, no el en el lienzo. Es decir, la paleta se vuelve menos rica y en ocasiones se renuncia al gran adelanto técnico del óleo, la veladura. Y eso provoca que la pasta de la pincelada adquiera un protagonismo mucho mayor, al punto de que en algún cuadro (como el expuesto de Cesare Maggi) es la propia dimensión, el cuerpo de la pincelada y su dirección, lo que compone el volumen y la forma.

La operación (que ya puede observarse en Van Gogh, por ejemplo en su famoso autorretrato)

By Vincent van Gogh - [1], see too Musée d'Orsay, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=229467

By Vincent van Gogh – [1], see too Musée d’Orsay, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=229467

hace que el andamiaje se muestre: la carne de la pintura pierde esa opalina piel de la técnica tradicional. Y no es pequeño paso, puesto que de un modo sutil se impone la línea al color, como un palimpsesto o una malla. Si pasean ustedes por la exposición observarán varias obras al pastel, materia que se lleva mejor con el trazo sucio, la línea y el dinamismo de esta. Lo casi simbólico en Previati, cuyas líneas empastadas hilan el sueño además de la mirada. Lo sólido de Boccioni, un maravillosos pintor. La sabiduría de Segantini. Naturalmente esto convive con obras de factura más tradicional (de Boccioni, sin ir más lejos), pero el camino evolutivo hacia el futurismo esta maravillosamente comisiarado por Fernando Mazzoca y Beatrice Avanzi.

La idea de división es también social, casi podría considerarse como una escisión entre lo viejo y lo nuevo, lo industrial y deshumanizado y lo pastoril y tradicional. Y el futurismo bebe precisamente de esa fractura, de esa capacidad de expresar lo dinámico, lo que está en construcción, la incorrección. La pintura social que lo precede, con el nacimiento en toda Europa de una tensión (ese fantasma que la recorre) de lucha de clases, es la excusa y basamento, pero también la muestra de que el Arte clásico no es que no pueda expresar lo desigual (hay cuadros en la propia exposición que así lo dejan ver): es que necesariamente la realidad se multiplica en facetas con la aceleración de la Historia.

Y así, esa inocente descomposición del color en sus luces, esa presencia arrogante de la pincelada, la irrupción de la línea sucia y la eclosión del dinamismo de la imagen, de la simultaneidad cubista, se ajustan a esos otros cortes, a lo que antes no recibía luz hasta que Balzac redescubre lo oculto. Simplicissimus, si lo piensan, y fascinante.

 

  • Título: Del Divisionismo al Futurismo, arte italiano hacia la modernidad.
  • Sede: Fundación Mapfre, Paseo de recoletos 23. Madrid

Fechas: 17 de febrero a 15 de junio 2016.

El Divino Morales y el vuelo de mosca

 

Virgen_con_Niño_y_San_Juanito

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sigo aun pensando en la exposición, ya acabada, del Divino Morales. En la nueva y excelente web del Prado se puede apreciar su potencia. En uno de los cuadros se observa como la Virgen trata de proteger al Niño de la molestia de una mosca. De dibujo fino, exacto y casi pretencioso, como en una demostración, la mosca destaca y propone un juego.

La mosca es capaz de fijar la atención en lo pequeño y detallado, en lo primoroso, en el halo de luz y sfumatto, en la serenidad del rostro o en la increíble modernidad de algunos de las masas planas de color que Morales delinea con la precisión de un cirujano, o de Moholy Nagi, si lo preferimos. Y, como cuando uno, en verano, en el sopor de sombra, se entretiene adivinando el próximo vuelo de insecto, así pasea por la exposición, de un cuadro a otro, casi como en esa descripción de Cortazar: “dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés?, un ángulo recto, una línea que sube, de aquí para allá, del fondo al frente, hacia arriba, hacia abajo, espasmódicamente, frenando en seco y arrancando en el mismo instante en otra dirección…”

Ya sé que el orden cronológico de las salas nos enseña, entre otras cosas, la evolución de pincel y mirada del pintor. Usualmente eso me interesa, pero siempre me doy el gusto de volver a un cuadro, de ligar inmediatamente una idea que me persigue desde una sala por la que ya he pasado con la imagen que la dispara. Debo de ser incómodo para quienes me acompañan… Como esa mosca deamvolaba yo por entre las ideas de Morales, por entre sus cristos sufrientes, la luz plana e imposible de los maderos de la cruz, sobre fondos nigérrimos, como luciérnagas justo en el parpadeo.

Asombrado, maravillado por la potencia y la sabiduría de unas decisiones técnicas al servicio del sentimiento. Especialmente fijo en la composición de los pequeños formatos del Cristo con la Cruz. En la tez y la piel verde del Cristo muerto. En la dulzura de la Virgen, hasta que la idea de la divinidad de Morales no puede sino componerse en la certeza de que ese apodo es reflejo de la sustancia del cuadro, de la Divinidad que atrapa con su  avanzada, casi sacra forma de entender la pintura.

Y terreno pero en algo elevado, deamvuelo un poco más, como la mosca, y me empapo de esa miel, avaro de levitaciones. Ay de los que se perdieran la exposición.

Ingres en la superficie

Louis-Francois_Bertin

Ingres liberado: Retrato de Monieur Bertin. Fuente: wikimedia Commons

Confieso que nunca he sentido especial admiración por Ingres, lo cual es cuando menos una muestra de inconsciencia por mi parte. Nunca he entendido cómo un pintor tan dotado, técnicamente irreprochable y uno de los mejores dibujantes de la historia, daba en componer cuadros tan fríos, tan especialmente inconsistentes.

Quienes siguen este blog y leen mis reseñas de las exposiciones, saben que lo que cuento en ellas es básicamente la virtud del paseo y cómo la contemplación traspasa el muro. En este caso, (como siempre la exposición del Prado es impecable) se me iba el pensamiento a averiguar qué había detrás del ornato. Ingres es el depositario de la imagen más conocida de Napoleón como Emperador, una imagen alambicada (y pongo en cierta discusión la postura del brazo que sujeta el mundo) y casi cómica: el armiño es peligroso incluso después de muerto.

Ingres es alguien poseído por sus clichés. Así que la pesquisa estaba en entender por qué ese empeño, en un pintor capaz de expresar lo que hubiera querido, en endulzar sus imágenes. No hay carne, no hay tensión muscular en sus retratos, tal vez excepto en el que ilustra este post, el  Retrato de Mr. Bertin, acaudalado burgués. En comparación con sus retratos de damas o nobles, (de piel bañada por una suavidad de ángeles) Bertin es avaro, despreciativo y diríamos que cruel. Ingres dispone la luz para que sus dedos parezcan garras: el cuadro resulta ser el anuncio de una explosión.

Comtesse d'Hausonville, de Ingres. Via Wikimedia commons

Comtesse d’Hausonville, de Ingres. Via Wikimedia commons

De modo que su ambición formal (no duda en exigir la total composición de la escena de sus retratos, no duda en violentar las proporciones) es una elección intelectual que busca una idealización, como ha señalado la crítica. Ingres odia el arrebato, la sublimidad, y así sus pinturas han pasado a representar, tal vez algo injustamente, lo caduco y académico. El brazo derecho imposible de la Condesa de Hausonville así lo atestigua. Se queda en la superficie tal vez para no indagar en los límites del mundo, para no saber lo que esconde la brillantez.

Es cierto que en el paseo, hastiado de tanta tez de alabastro, encuentro cuadros, como El sueño de Ossianque me impresionan (también porque siempre me ha encantado la controversia sobre si los poemas de Ossian eran falsos). Es cierto que algunos de los dibujos expuestos son simplemente maravillosos. Incluso admiro esa renuncia a la terribilitá del pintor, que es a veces tan agradecida. Pero abandono este mundo barnizado, pulido, de Ingres con la sensación de que al arte, aunque sea una pizca, debería siempre alcanzar cierta suciedad.

Pero claro, qué sabe uno. Vayan a hacerse su propia opinión, será lo mejor. Si no les gusta, siempre pueden ir a ver la exposición del Divino Morales. Pero ese es otro post.

Ingres. Museo Nacional del Prado. Hasta el 27 de marzo