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De El Bosco a Tiziano en El Escorial. Historias escondidas.

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Cimborrio de la Basílica de El EscorialAnTeMi from es [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/)], from Wikimedia Commons

Siempre me ha parecido que el Monasterio de El Escorial es poco grácil, que expresa una pesadez de reinos terrenos que no acaba de ajustarse a la profunda espiritualidad de su promotor, Felipe II, sin duda atribulado por la vastedad del Imperio y lo imperioso de la salvación. Pero el viaje hasta allí, corto y fresco, es una ventana de pradera que el ojo agradece, también cuando sabe que va a contemplar algunas obras maestras de la pintura y algún rincón secreto de la basílica.

Me reencuentro con la palabra facistol, ese mueble de grandes dimensiones que sirve para apoyar los maravillosos cantorales y poner así algo humano a los coros de los monjes.

La basílica, vista desde arriba, acerca los frescos, pero no por el ejercicio de bajarlos a escala humana, sino por el de elevarnos en algo para que nos contemplemos. Un punto de vista nuevo que se suma al que ya conocíamos y que fija la vista en los relicarios de las naves laterales. El paseo entre las miniaturas, entre los rimeros, se ve amenizado por el sonido de uno de los órganos, fugas constantes que sin embargo invitan al reposo. Eso hago.

Me fijo, y arrastro el pie para sentirlo, en las formas sinuosas del mármol gastado por miles de pisadas, y eso me hace pensar en el hueco labrado por el arrastrar de una inmensa puerta de acceso al coro, en los destinos rectos de quienes allí moraron.

Paisaje con San Cristóbal. Wikimedia Commons

Paisaje con San Cristóbal. Wikimedia Commons

Antes, me he visto con Patinir, el maestro de los planos horizontales, el del azul, el de la unión de mar y cielo. Con el racional Pantoja de la Cruz y con el color expresivo de Tiziano. Y también con el inquietante El Bosco, y un hombre-rata que, sin darse cuenta, parece enseñorearse de la sala. Expuestos los cuadros y los personajes, sin ocasión para el disimulo, con la franqueza brutal del óleo antiguo. Otro día hablaré de los pentimentos.

Y así, con el olor de la hierba fresca, la impronta visible de orden de la ciudad, el gusto de la comida sencilla, el sonido del órgano como una caricia, volvemos a casa expuestos a los placeres tranquilos de la vida.

De El Bosco a Tiziano. Arte y maravilla en El Escorial. Del 24 de junio al 14 de septiembre. Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial.

 

 

Lo demás es silencio

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Me obligaban a oírles, inmersos en una cháchara inevitable que llenaba todo porque sus palabras eran huecas: pensaban que al gritar fabricarían viento y era solo esa atmósfera pesada y rancia de las disputas que no se ventilan.

Miento: el aire se iba hacia el interior y les aventaba, les daba un simún con el que justificar su furia y repetían el mismo discurso variando, subiendo, el tono. Tiraban cada uno de un brazo de mi tranquilidad. El trofeo parecía ser mi connivencia. Les enseñé una ventana pero miraron los postigos y volvieron a discutir sobre el color de los marcos, la calidad transparente del cristal, su suciedad.

Entonces suspiré y fabriqué mi propia brisa. Miré el paisaje desde la ventana, la abrí y me acodé en el alféizar. Dos pájaros, frente a frente, parecían hablar con su trino y señalar con el ala la pintura descascarillada de la madera. El trino se hacía graznido por momentos y se les erizaban las plumas del cuello.

Puse unas pocas migas en la habitación y los pájaros entraron. No sé por qué, el tumulto pareció aquietarse.

Boceto de invierno

 

Boceto de invierno

Valle de Aguilar

Veo ahora, dejando que la luz me venza, un trasunto del invierno que llegó ayer, sin aviso, cuando ya no quería sino descanso y temple. Cómo arrebata la gratitud el frío, afila el hueso y tiñe la ilusión. En el sonido de la brisa olvidada del verano se escondían, sin embargo, las cabriolas del impulso primero, los nervios del ciervo joven, la grama tupida: tras la roca aguarda la escarcha su turno paciente, y el rayo y el grano mojado. En la estación de paso, en el gozne del otoño, un perro aúlla su lamento y queda, como el rumor de la piedra, estancado en los siglos.

Me espera el bosque, inquieto, con las ramas ansiando el siena, el verdemar, el son del aire, el peregrinaje de todos los días que prometían la incursión en la arboleda. Y tal vez, si el tiempo no me empuja, pueda imaginar, en ese boceto, un rostro curtido y una mano franca. Haga el frío lo suyo, en los días cabales.