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El diablo cojuelo

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En la costumbre, cada vez más arraigada, de mirar a lo Alto, encuentro a veces señales que es difícil no ver. Los caminos de aviones indecisos, grullas volando a ras de los cables y el temor, extrañas formas de las nubes: hongos, semblantes, declaraciones, un pensamiento.

El arma del diablo es la pluma, y perdición su curiosidad. Levanta los tejados para dejarnos expuestos o darnos la oportunidad de mostrarnos a otros. Pero la decisión la deja para nosotros. Si escribir en el agua es efímero (pero también ambicioso y atrevido), mostrar el útil en el cielo es arrogante e igualmente fugaz.

Pero la duda asalta: es herramienta del mal, de la ficción que nos aleja o tal vez el Ángel…

Cincel del tiempo

 

El tiempo es el escultor más eficaz y persistente. Tiene la caricia de la lija fina o el golpe de escoplo. Desbasta la madera, pule y horada la piedra y el alma, santifica el despojo. Otros, cabalgándolo, se aferran al objeto: líquenes de la hora, la termita agente, el ansia, la doblez de la hoja y la conducta. Trabaja sin modelo porque el modelo es efímero y también lo aplasta con su cadencia terne. Mira en el espejo la imagen rugosa, la piel de arena en la roca, el malestar.

Y cuando el frío ronde y escasee el agua, cuando ya nada pueda llevarte a no ser tú, cuando creas que Akaba era escapatoria, vendrá una ayuda siempre sabida y el tiempo, sabio y amable, dará forma a lo que mandaba la piedra, la madera, el pobre barro. Y así la sed encontrará al fin medida.

El constructor de luz

 

 

Si la luz se generase desde dentro, como consiguen algunos animales, ciertos lugares serían faros para la arribada. En el cuarto de derrotas, donde atesoramos las cartas de navegación, suele haber una oscuridad perversa que nos impide entender hacia dónde nos dirigimos verdaderamente.

Como falenas fascinadas por los faros de un coche, solo el flujo del viento puede salvarnos del choque y permitirnos ser piedra y el corazón de la piedra. Cada aire su tonada y ventear. Si se alumbrara el futuro como esa catedral, el miedo se haría inconsistente. Y no haría falta la esperanza.

Pero son tal vez los ojos o un mirar enturbiado lo que ensombrece lo obvio del día. Algo más de la luz y su mezcla imposible con el viento: como un vuelo de luciérnaga que fuera la misma vida. Así se balancean los días, como un farol en popa.