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Artistas chinos deportados al campo

Un drama en el campo

Un drama en el campo

Leo que el gobierno chino ha decidido emprender una campaña de re-educación cultural al más puro estilo maoísta con algunos de sus intelectuales, que parece que han perdido las esencias de lo que debe ser el arte de la revolución. Se trata de mandarlos al campo para que reciban la benéfica influencia del contacto con el pueblo y el trabajo físico, de modo que puedan hacer obras maestras o al menos didácticas. También se trata de que dejen de ser seducidos por el ídolo del dinero. Y todo esto, porque a algún político chino se la ha ocurrido que los artistas deberían hacer aquello que probablemente él o ella no hacen: entender el flujo de la vida, el precio del sudor, el tacto del apero.

No es una versión light, aunque en teoría el exilio dure un mes. No lo es porque el recuerdo de las deportaciones, que eso son, está en el alma de los chinos y no está claro que haya una protección de los derechos de los artistas: sabrán cuándo van pero no necesariamente cuándo vuelven. Además del hecho, está la amenaza de la repetición.

¿Qué le hará esto a su obra? Caben dos posibilidades: la del sometimiento, la vuelta al muralismo, el canto al pueblo por evitar el problema; o la de la rebelión, el arte por el arte o el sometimiento al mercado, la carrera de la fama. Muchos artistas o intelectuales querrán salir de esa cárcel, probablemente, mientras desde Occidente esperamos los desenlaces. Pero lo que me pregunto es por qué ese ensañamiento con el arte o las ideas. Hemos visto casos similares en otros regímenes de todo color. Probablemente porque no hay nada más poderoso que la desnudez de la obra de arte o la arquitectura severa de una idea que se abre paso.

Quieren ponerle marcos al campo. Me pregunto también qué sentirán en los villorrios donde vayan a parar los condenados. Como en una pesadilla, volverán a verse depositarios de la esencia de la Revolución: si vigilan al deportado, por qué no vigilar a los que le rodean. Lo bucólico del campo, cuando no hay escapatoria, se convierte en la cárcel más gigantesca y triste.

 

Un nuevo museo en Madrid. Fundación Carlos de Amberes.

 

Wikimedia Commons. El Martirio de San Andrés, de Rubens, c. 1638-39

Wikimedia Commons. El Martirio de San Andrés, de Rubens, c. 1638-39

Una de esas noticias inhabituales me impulsa a la visita rápida: un nuevo museo en Madrid que viene a sumarse a la larga lista de paseos pensativos a la que nos tenemos acostumbrados. Uno de esos espacios íntimos, pequeños, que se convertirán, cuando la espuma de la novedad haya pasado, en un lugar al que volver cuando el peso del siglo sea excesivo. Como el Lázaro Galdiano o el eterno Sorolla.

La Fundación Carlos de Amberes se convierte en museo. Al desgaire, escucho conversaciones que dicen que se debe a que ya no recibe ayudas del Estado, que bien podría ser. San Andrés, desde el tormento imaginado por Rubens, no parece extrañado. Apenas una treintena de obras, algunas espectaculares, como todas las del gran pintor. Pero también Teniers el Joven,  o el maravilloso Van Dick.

Antiguo hospital de San Andrés de los Flamencos, recibe al peregrino, aunque no provenga de Flandes, con un aire lo suficientemente tranquilo. Para el espectador español, tan acostumbrado a la retórica religiosa de los cuadros de gran tamaño, los pequeños placeres de la vida familiar y social (el bodegón (Snyders), la fiesta (Van Alsloot), la caza (Fyt) o el retrato de familia (de Vos…) indican un gusto por el arte diferente, el de una burguesía que no desprecia el dinero y deja que lo cotidiano asome al óleo, en una sana desacralización de la pintura, que también alcanza al formato, más manejable. Naturalmente, la Corona y la Iglesia seguirán siendo los principales clientes de los pintores, sobre todo porque ya se ha iniciado el coleccionismo de la monarquía española, con Felipe II como ambicioso rector.

El museo, pues, recoge un interesante conjunto de piezas, casi todas ellas en préstamo por la remodelación del Museo de Bellas Artes de Amberes, que volverá a abrir en 2017 y otras del Prado y Patrimonio Nacional. Además del “fondo”, el visitante encontrará una exquisita colección temporal de grabados de Rembrandt, indiscutible maestro del dibujo, presidida, como no podía ser menos, por uno de los muchísimos autorretratos del pintor.

La joya del museo, que tiene la obra en propiedad pues fue quien la encargó (la Fundación cumple 420 años en España), es el Martirio de San Andrés, y solo por ella vale la visita. Es una de esas imágenes con capacidad de detener el tiempo y al observador. Una maravilla compositiva, con detalles escalofriantes, como la baba consistente del caballo que monta Egeas, de una cinética violenta, la terribilitá del santo o la contrición de los creyentes. Ese caballo de pequeña cabeza (junto a esta obra se encuentra Quos ego…, del mismo autor, donde veremos dos hipocampos fantasmagóricos de expresión horrorizada) compone la sólida base que reparte la luz hasta los putti de la esquina superior derecha: el cuadro todo es una dinámica expresión de la lucha entre el bien y el mal, entre los victimarios y los creyentes en sufrimiento. Egeas, procónsul de Acaya que se niega a convertirse, es muerto por el Diablo al regresar a casa.

Pero no es la única, naturalmente: el visitante podrá contemplar dos retratos de Michaelina Wautier, una excelente pintora en un mundo de hombres, o escenas de taberna, entre ellas, la maravillosa La muerte es feroz y rápida, de Van Craesbeeck. Busque el espectador el dorado símbolo de la parca, con arco y flechas, en la esquina inferior diestra, me lo agradecerá.

Wikimedia Commons. El sueño de Venus, de Jordaens. En realidad, la historia de Eros y Psique

Wikimedia Commons. El sueño de Venus, de Jordaens. 1.645. En realidad, la historia de Eros y Psique

Jordaens nos muestra su visión del locus cultural de Eros y Psique: la mujer que con trabajos de amor ganados llega a ver el rostro de los dioses, que es lo que le tenían prohibido, ayudada por algunos de ellos. Eros, al verla dormida, cae rendido a su alma.

En suma, una excelente noticia. Madrid, que fue siempre lugar de paseo y reflexión, un tanto alejada de la industria hasta que ésta lo ha invadido todo, tiene otro mandala para los que, como este comentarista, reciben su mejor alimento del arte: una manera efectiva de acercarse a los dioses. Como Eros en la contemplación de Psique, el visitante devient amoureux.

Museo Fundación Carlos de Amberes. Calle de Claudio Coello, 99, Madrid

La melancolía como protesta

El interesante catálogo de la exposición

El interesante catálogo de la exposición, de Publio López Mondéjar

Junto a fotografías del viejo Madrid, Azorín y Baroja, viejos y cansados, pasean en solitario, ofreciendo a la intemperie su rostro ya esculpido a cincel por el tiempo a la cámara de Nicholas Muller, en 1.950. Ese aire de inevitable conocimiento sobre el transcurso de la vida cuando es pensada les llega casi a la ropa, pesada como el invierno de la capital, y al paso corto e indeciso de los novelistas. De algún modo, marcan el tono sentimental de lo que el observador encontrará en la visita. El desencanto del 98 que irradia hasta hoy.

La melancolía, madre de la furia en ocasiones, es una forma de protesta en España. Suele acabar, como sostenía Földenyi, en un alejamiento del mundo. Tal vez por miedo al chispazo o porque no se dejan fuerzas al cuerpo cuando el alma se busca. Esas lamentaciones de Larra, el pesimismo de Unamuno o el bisturí de Ortega. En un país partido en pedazos, es extraño que no haya surgido la segunda generación del 14, o quizá todavía no la vemos. Tal vez el cientifismo, la racionalidad como método de análisis, son demasiado exigentes para estos tiempos líquidos.

Es lugar común, con todo. Las fotos antiguas tienen un poder magnético, que remite casi al olfato, a la química: un aire que no vemos ya. La popularización de la foto le ha hecho perder parte de su magia y ese encantamiento, como cinta continua, nos mueve por las salas, entre la curiosidad y esa melancolía por los tiempos en los que ser intelectual conservaba algo sagrado.

Hay mucho sobre lo que reflexionar en esta exposición. El tiempo de los fotógrafos, cuando la labor requería suciedad, tiempos de espera, soporte físico y una inevitable contextualización: cuando se hacían fotos por algún motivo, no porque estuviera la realidad ofreciéndose, obscena como es. El tiempo de las tertulias, casi como equipos de fútbol: yo voy con la de El gato negro, de Valle. El tiempo de las exequias multitudinarias, del luto oficial ante la muerte, por ejemplo, de Rubén Darío. El tiempo en que la sociedad escuchaba a sus escritores y filósofos, aunque fuera después de muertos (las palabras retumban, entonces, con mucha más fuerza).

Los ojos de Picasso han llegado a tener casi tanta fama como su obra. De manera que el paseo lo hago buscando si serán los ojos, como en las imágenes de Azorín y Baroja, lo que iguala en algo el oficio del escritor. Y en prácticamente todos los casos, la vida aparentemente tranquila del escritor se niega en el cansancio de la mirada, vieja desde que se agarra una pluma. El cansancio puede tener una traducción en lo aceptado, y nunca derrota sino entendimiento o una paz firmada a regañadientes. También puede mostrarse como derrota, sin embargo: lo que empieza como busto modelado y termina a golpes. Los párpados caen justo antes de que lo hagan los brazos.

Juan Ramón dux. Azorín, Baroja, Valle absorto, Galdós decidiendo. Unamuno agredido. La convicción de Pereda. Gómez de la Serna recuperando la tradición del bufón que acierta: “le quedaba en las gafas el recuerdo de las cosas vistas: era un fotógrafo.

Y así, con el tiempo tirándome de los faldones de la chaqueta, los zapatos viejos como los de la mayoría de los fotografiados (la bohemia parece el hilo conductor, finalmente) negándose a salir, abandono el blanco y negro y salgo a la luz de la calle Alcalá, donde todo indica que, an alguna de sus buhardillas, un escritor remienda sus mitones dispuesto a dejarse la mirada a base de horadar la superficie de lo que vemos. Si por allí aparece un fotógrafo, sea.

EL ROSTRO DE LAS LETRAS. Escritores y fotógrafos en España desde el Romanticismo hasta la Generación de 1914. Del 25 de septiembre al 11 enero 2015. Sala Alcalá 31.