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70 años de la liberación de Auschwitz: Primo Levi

Hace ya casi diez años publiqué esta reseña sobre la trilogía de Auschwitz de Primo Levi. Sigo pensando que debería ser lectura obligada para todo aquel que quiera estar en el mundo sin dejarse las verdades escondidas. Mucho ha llovido desde entonces pero no estoy seguro de que mucho haya cambiado. Por tanto, y solo con diversos retoques y comentarios, les invito a pensar en una experiencia humana terrible que alimenta una de las obras más conmovedoras que pueden leerse.

Bundesarchiv, Bild 183-74237-004 / CC-BY-SA de Wikimedia Commons

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En estos tiempos en los que se conmemoran diversos aspectos de la terrible II Guerra Mundial, incluso con episodios que serían bufos de no ser trágicamente enervantes, como el del impostor Enric Marco, que como sabe el lector se ha hecho pasar por ex prisionero del campo de Matthausen, haciendo además de ello su modo de vida; es bueno tener bajo la mirada el testimonio de una vida esta sí verdaderamente marcada y compuesta por la experiencia de la deportación a un campo de exterminio (no de concentración, que el lenguaje engaña: no fueron concebidos, al menos no Auschwitz, para eso) y la milagrosa sobreviviencia. Han transcurrido 60 (70 PARA ESTE POST) años desde que el campo fue liberado, pero tampoco parecen haber cambiado tanto las cosas.

El Aleph publica las tres obras en un conjunto que compone el tránsito desde el dolor más devastador, el que impide el pensamiento, hasta una aceptación amarga de que tal vez la obra y el empeño vital no hayan dibujado con la suficiente potencia su onda expansiva. Lo que no incluye derrota alguna, porque Primo Levi sale victorioso de un pulso con la muerte (aunque, como en cualquier caso humano, signifique solo posponerla) y tiene el valor de contarlo.

Pero hay algo reconfortante en la tranquilidad de espíritu de Levi. En el hecho de que ni siquiera se considere un intelectual, o un escritor, sino un químico que tiene muy bien ordenada su vida posterior al holocausto (y piénsese en lo terrible de esta última frase) y que se siente impulsado a dejar recuerdo. En la sorprendida aceptación de que la vida y sus reglas, como un corolario del horror vacui de la naturaleza se adentran en el reino del frío y de la muerte y ofrecen una amenidad del paisaje humano que no podía esperarse. Solo de ahí se entiende la sed de justicia y la ahíta capacidad de perdón que muestra Levi.

Los tres libros giran en torno a un destino asombroso, a una vida que es más que eso. Es un ejemplo: un arquetipo de lo humano y fiero del mundo, y por tanto es un modo de aprender, y por tanto la clasificación entre lo memorístico, lo ensayístico o lo real levemente novelado es irrelevante, porque lo que nos ofrece aquí el autor es un manual de evitación de una animalidad latente en todos nosotros que proviene precisamente de la deificación: la de asumir, incluso sabiendo de su falsedad, la superioridad de unos seres humanos sobre otros. Sea cual sea el filo de la taxonomía, y más aun cuando lo que se juega es la vida de las personas y las dignidades de los pueblos, el rasero de igualdad debería poder dejar de ser puesto en entredicho.

En 1986 Philip Roth lo visitó en su casa de siempre en Turín (los pormenores de esta visita se pueden seguir en “El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras”, en Seix Barral 2003) y mostraba su extrañeza, como señala Muñoz Molina en el prólogo, por la apariencia de orden y calma. Pero el mismo Roth lo desvela: “De todos los artistas con algún talento intelectual – lo que distingue a Primo Levi de todos los demás es el hecho de ser más químico artista que químico escritor – puede que él sea el único rigurosamente adaptado a la totalidad de la vida que lo rodea. En el caso de Primo Levi, cabe pensar que toda una vida de interrelación comunal, junto con su obra maestra sobre Auschwitz, constituyan una profunda y espiritual respuesta a quienes hicieron todo lo posible por cercenarle los contactos de larga duración y arrancarlos, a él y a los suyos, de la historia”. Eso es lo que eleva la obra de Levi: el sentido de religación con su vida normal, la de todos los días. Esa religión, la de asumir su individualidad y la dignidad que se le apareja necesariamente, es la que le separa de sus otras condiciones, que son precisamente las que utiliza el verdugo para el castigo. Como acertadamente señala en “Los hundidos y los salvados”, un castigo colectivo es intrínsecamente injusto, y por eso mismo, después de que el pueblo alemán recibe su acusación de complicidad (aunque fuera por su inacción) Levi es capaz de perdonarlo. Porque de nuevo, el pensamiento libre de quien puede haber sufrido un cambio en su mirada (y por eso se convierte en escritor) pero no en sus más íntimas convicciones (y por eso no se deja cegar tampoco por la condición del escritor) es el que no señala el único camino posible para que aquel holocausto no se repita: la absoluta y apasionada defensa de la necesidad de todas y cada una de las vidas, y la absoluta contingencia de las guerras, las torturas y los asesinatos.

Levi brilla en varias facetas en su obra. En primer lugar por la elección de químico que hace cuando se enfrenta al lenguaje posible en “Si esto es un hombre”: solo despojando al lenguaje de su adorno se puede llegar al hueso de la historia. Resulta terrible, sin duda, pero cualquier edulcoración, cualquier tinte demasiado rojo, cualquier carga de la mano, habría sido innecesaria e inconveniente. No hay que convertir en “literatura” lo que solo es un registro del terror más absoluto.

Brilla también Levi en su desconsolada reflexión final de “Los hundidos y los salvados”, donde domina la mirada de ensayista para intentar poner orden en lo que claramente resulta ser su testamento. Y si la primera parte de la trilogía es terrorífica, la demoledora conclusión de esta parte final nos deja con muy pocas esperanzas.

“La tregua” es otra cosa. Es una celebración dolorida del fin de la pesadilla y del comienzo de otro sueño: el de la vida religada. Y en ese interregno entre los sueños, encontramos a un Levi que ahora sí puede adornarse, detectar en el viaje absurdo, agotador, por Polonia, Rusia, Rumania, Hungría, Austria y Alemania, en una Europa destruida, ecos y tintes de la regeneración si no moral (que esa nos tememos que nunca acaba de llegar) sí de la explosión de vida desordenada que sigue a un reinado demasiado largo de la muerte. El triunfo de la vida, finalmente. Lástima que no sea ésa la conclusión final.

Addendum: En la entrevista a Levi que puede seguirse en el primer enlace de esta entrada, declara que la primera causa de muerte de los judíos italianos fue el idioma, la incapacidad de entender las órdenes. No quiero añadir nada a esto. 

 

Trilogía de Auschwitz: Si esto es un hombre; La tregua; Los hundidos y los salvados. Primo Levi. Prólogo de Antonio Muñoz Molina. Traducción de Pilar Gómez Védate. Barcelona: El Aleph, 2005, 2008.

Una historia diferente de la ciencia

La ciencia avanzando

Al hilo de la publicación de esta reseña en microrevista.com, sigo preguntándome cómo va a defenderse la ciencia en este territorio ¿nuevo? del saber epidérmico. Este territorio contaminado en el que el utilitarismo es lo que manda. Neil Degrase Tyson, uno de los grandes divulgadores científicos, avisa de que la batalla se pierde, al menos en EE.UU.. Y si bien creo en la mezcla de artes y ciencias, como quería C.P. Snow, la reglamentación y el método no deberían olvidarse por el camino. 

Philip Ball es un interesante y ameno divulgador científico, pero sus libros tienen un armazón crítico y bibliográfico de enorme consistencia. Como él mismo ha expresado, la mejor manera de conseguir esto es escribir sobre un asunto que te apasione, en la confianza de que el libro encontrará campos en los que germinar porque habrá lectores que quieran iniciar el diálogo sobre el asunto.

Ball es físico de formación, y probablemente el volumen donde mejor ha volcado su experiencia es Masa crítica: cambio, caos y complejidad, donde aporta una serie de ejemplos de cómo la física puede explicar otras realidades humanas, desde la economía a la viralidad o el movimiento de las personas interactuando en masa. Ha sido además editor de la revista Nature.

No se aleja, este volumen, de su mirada científica habitual, puesto que la línea de avance del ensayo es la transformación del pensamiento mágico en pensamiento científico. Para ello, el corpus filosófico del dominio de la ciencia (especialmente la física, que es la rama de la ciencia dura por excelencia) ha tenido que desarrollarse durante siglos y atenerse a una metodología que aún hoy encuentra debate, especialmente en el campo de las ciencias sociales.

El trayecto ha durado siglos, puesto que el pensamiento mágico, ideológico o religioso no ha dejado de impregnar lo que el científico (la sensación de condición que expresaba Paul Valery) quisiera prístino y sin contaminación alguna. Llegar a la refutabilidad de la observación como vía para desechar el experimento, según defendió Popper, ha sido un camino arduo.

En tal itinerario, Francis Bacon, para el autor, se yergue como un baluarte para el avance de la ciencia, puesto que es el primero que trata de ordenar las posibilidades del conocimiento, aunque sus listas para hacerlo con los ojos de hoy, resulten llamativas. No obstante, fue incansable en su búsqueda de “un nuevo órgano” que transformase los datos empíricos en principios fundamentales. Es ese empirismo el que terminará por separar la ciencia y la filosofía.

El hilo conductor que elige Ball es la curiosidad, empezando por el pecado de Eva. De hecho, la curiosidad ha sido tenida como algo negativo durante siglos. Esa curiosidad, madre de la invención, ha tenido sustanciaciones curiosas y atadas a la fascinación por lo raro y maravilloso, como los gabinetes de curiosidades que poblaron residencias de familias acaudaladas de Europa y que son el germen de los museos actuales.

Para que todo ello ocurra, Ball nos presenta una serie de científicos y filósofos que van aportando sus ideas, observaciones y experimentos. Desde Pascal a Bruno o Hooke y Newton con especial relevancia, y además nos instruye sobre cómo el papel del mecenazgo se traslada desde la realeza y la nobleza a la autonomía que algunos inventores consiguen. El relato es también el de la construcción de aparatos de observación y su impacto en la capacidad de experimentar e inferir, con anécdotas sobre la fiabilidad o interpretaciones ligadas al corpus de conocimiento de la época y que provocan la sonrisa. El propio Galileo duda de sus observaciones sobre Saturno, y las disquisiciones de todo tipo sobre lo que se puede observar bajo el microscopio son apasionantes.

Interesante resulta también cómo el conocimiento científico determina las posibilidades narrativas de la época, y así podemos asistir al nacimiento de diversas ucronías y utopías, atlántidas a la busca de la sociedad ideal. Incluso al de cierta ciencia ficción primitiva y que busca su arraigo en algunas teorías de la época. Asistimos así a viajes a la luna (uno de ellos, escrito en 1628 por Francis Godwin, tiene como protagonista a un español, Domingo González).

El recorrido se detiene también en al papel que juega la Royal Society (que publica la revista científica más antigua del mundo), como árbitro, a veces con criterios muy difusos, de las cosas que se están observando y experimentando, y no solo en Inglaterra, ya que mantiene corresponsalías con científicos del resto de Europa. El propio camino hacia la forja del criterio científico de la institución resulta muy ilustrativo, como también lo son las disputas entre Hooke y Newton.

En definitiva, un volumen que se lee con curiosidad, como no podía ser menos, y que tiene la suficiente profundidad como para abrir vías de reflexión muy interesantes. Como siempre, Ball entrega con generosidad su pasión, pero es capaz de atarla a un hilo conductor claro y ameno.

Curiosidad: por qué todo nos interesa. Philip Ball. Turner publicaciones, Madrid 2.013 575 páginas. 
Reseña publicada con anterioridad en www.microrevista.com. Redifusión con permiso.

El ¿libro? más extraño que he visto en mucho tiempo. Xu Bing.

A las tres de la mañana en el libro de Xu Bing

A las tres de la mañana en el libro de Xu Bing

Este libro no está en inglés. Ni en español. Ni en chino, aunque tal vez tendría alguna conexión más evidente con los ideogramas. Ni siquiera estoy seguro de que sea un libro. Tiene forma de libro y lo he comprado en una tienda de un museo, en el Thyssen. Es muy divertido, superficial y profundo a la vez. Y es muy inquietante.

Este ¿libro? ¿arte de producción masiva? ¿intervención? ¿manifiesto? no tiene palabras, siquiera. Es un lenguaje específico y todos los lenguajes a la vez.

En 1.988 Xu Bing realizó una exposición llamada Book from the sky. En ella, mediante caracteres chinos falsos, ponía en discusión la validez del lenguaje o su falta de adecuación a lo que se hace necesario y por tanto hacía más evidente su papel como herramienta de confrontación antes que de comunión. Al igual que en el caso de otros artistas asémicos, como Michaux, la andanada lo es sobre la línea de flotación de la transmisión cultural: por un lado devuelve un poder seminal al propio sistema de notación, pero por otro pone en duda la convención sobre la que se asienta el significado y por tanto, la capacidad de transmitir. La operación no es en absoluto asémica: el significado es poderosísimo puesto que se niega la base cultural y el contenedor de representación que implica el lenguaje. Es un mecanismo que solo conduce al idiolecto desde la unidad mínima de composición, la letra o en este caso el ideograma. Al modo de La vela de Finnegan, de Joyce, un libro imposible de traducir y casi de leer en su lengua nativa inglesa (trufada de expresiones en otros idiomas, como el latín), Book from the sky suponía un acto que podríamos calificar de autoritario en su arrogante posición como discurso inalcanzable y soberbio, en tanto que buscaba más el distanciamiento artístico que la transmisión de conceptos entendibles.

El debate, por tanto, se convierte en una conversación imposible pues nada transmite excepto la desconfianza absoluta en la capacidad del lenguaje. Esa duda que ya exponía, por ejemplo, Gabriel Josipovici sobre la posición del escritor (chamán del lenguaje, al fin) en el mundo, pero que se podría expresar también mediante una asunción del estupor: la misma sospecha que nos asalta leyendo La carta de Lord Chandos de que solo el silencio, y solo en el silencio, se atrapa la vivencia, sin signo asociado. Las elecciones de la materia para narrar (empezando por el alfabeto o el idioma) nos llevan a pequeños cobijos, y solo en la intemperie del mundo parecería éste cobrar sentido. Esta sensación de inaprehensión, que tanto ha castigado también a los pintores, está en la base del impulso de narrar, pese a que el escritor avisado, y también el lector, sepan que a lo máximo que se puede aspirar, como decía Faulkner acerca de su novela El ruido y la furia, es al mejor fracaso posible. La incomodidad con el lenguaje como mecanismo de representación (una rosa es una rosa es una rosa) atraviesa la cultura como un venablo en el corazón y la herida, pese a dejarnos moribundos, no nos impide la busca de esa comunión cabalística entre lo representado, lo dicho y lo real.

La operación, en Book from the ground, es probablemente de orden inverso. No se niega el significado al lenguaje, sino que se busca universalizar la señal de transporte mediante un “idioma” propio del no lugar: señalética de aeropuerto y simplicidad de los mensajes de los pictogramas. El resultado es visual y plano: es la muerte de la connotación, información pura, a veces escatológica, sobre 24 horas en la vida de un hombre, cualquier hombre (y eso también es inquietante). Por decirlo de algún modo, es el lenguaje de los sin identidad.

Si la poesía concreta, de la que este reseñista es humilde practicante, trata de devolver un significado visual al lenguaje, jugando con la grafía y tratando de empujar las fronteras del caligrama, la operación de Bing es la de negar el significado del lenguaje escrito o al menos poner de manifiesto sus límites. La realidad, por tanto, puede ser asida con herramientas muy pobres, negándose la elevación y ciñéndose, como la propia vida de muchas personas, a la anécdota. En mi caso, trabajo con versos sobre el paisaje, habitualmente: la impronta de una escena o de un vistazo llegan en el taller del poeta al verso. Dotar de una imagen propia a alguno de esos versos es también volver a la primera impresión. Y la demostración de que es un intento imposible que ni siquiera la fotografía, tan referencial ella, logra: atrapar verdaderamente la esencia de lo real. No obstante, la secuencia de la caza de la imagen y su sublimación en el verso y a la vez el “reciclado” de versos pre-existentes y venidos de la sensación ante el paisaje para devolver una idea visual (pasar del alfabeto al ideograma, en fin) es un círculo que se agota en sí mismo y expresa, al fin, una doble exposición a la vivencia que, lamento confesarlo, no amplía los límites de la precisión del significado: tal vez solo aporte, como ya anunciaba Proust, capas espurias de artisticidad.

Valga el excurso, y perdóneseme la atrevida intromisión de mis propias reflexiones sobre el asunto, para poner en perspectiva la figura del autor: Xu Bing, que lleva décadas estudiando las artes de imprenta, el arte y el significado social del mismo, consigue algo que inaugura y probablemente mata el género de la narración pictográfica. El libro es interesante, divertido, retador y de una creatividad asombrosa, pero también es una sublimación de lo fútil y lo ininteresante.

Hay más lecturas, naturalmente. Una posible es la de la globalización de la peripecia en culturas que están perdiendo sus rasgos de identidad. El día de un oficinista coreano no se diferenciará mucho del de uno alemán: lo terrible es que tal vez ninguno de los dos intente que ese día sobresalga, pero no porque no estén interesados en ello, sino porque la impresión de realidad que produce, precisamente, la actividad, ejerce una operación similar a la del lenguaje convencional al dotar de significados tranquilizadores a actos que, desnudados por Bing y estudiados con atención, serían casi aterradores en su vaciedad.

Tal vez conozca el lector los “mangas” japoneses sin texto. En este caso, se fía al dibujo el transporte de la emoción, que sí es universal, aunque solo sea porque nuestro cerebro reacciona automáticamente a las expresiones faciales y, según parece, a los emoticonos. La banalización de la emoción producida por este lenguaje reducido a su mínimo transporte es otra de las consecuencias. Y aunque la operación de Bing trata de llevar los pictogramas a su máxima capacidad de expresión, el resultado es desasosegante.

Entronca, por otro lado, con muchas tradiciones de la imagen como generadora de discurso, siempre utilizada por quienes saben de su poder. Normalmente, la lección de la gárgola, del capitel románico, quedaba casi en manos de la conseja, pues la misa en latín servía más para potenciar el misterio que para explicar la palabra. Era, por tanto, un respeto taumatúrgico. Paralelamente, se da, mientras se analiza el volumen (insisto en que no encuentro un verbo para describir la acción de enfrentarse a este libro) la familiar sensación de que estamos leyendo jeroglíficos, lo que se traduce en un juego ciertamente divertido. Pero el vacío del libro termina atrapando a quien se expone a él. Si siempre hemos querido conocer a Julián Sorel, a Madame Bovary, a Viernes o incluso a cualquiera de los Kas de Kafka, el presentimiento de que este personaje se parece demasiado a un lunes gris lo hace repulsivo… como un espejo.

Sería injusto, por último, no acudir a las explicaciones del autor, aunque solo sea por haberlas rebatido: “Hace veinte años hice Book from the sky, un libro de caracteres chinos ilegibles que nadie podía leer. Ahora he creado Book from the ground, un libro que cualquiera puede leer. Aunque son muy distintos, los dos libros tienen algo en común: independientemente del idioma o el nivel educativo, el libro trata a los lectores de manera igualitaria. Book from the sky era una expresión de duda y alarma sobre los sistemas de escritura existentes, Book from the ground expresa el ideal de un lenguaje universal y comprensible, y mi idea de la dirección que toma la comunicación contemporánea”.

Superar Babel o al menos el complejo.

Enfréntense a este raro experimento, este cruce de caminos entre el arte, la reflexión, la sonrisa congelada y el alarde. Encierra muchas más lecciones de lo que parece.

 

 

Xu Bing. Book from the Ground. The MIT Press, Cambridge Massachussets, 2013. Redifusióncon permiso de microrevista.com