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La vida en el no lugar

Nolugar

La impresión de movilidad es tan solo eso. Aeropuertos, autopistas, el mundo de Augé. Lugares de paso, donde la identidad individual ni siquiera se confunde con la de los otros: no forma sino una no identidad, incluso aunque el destino (tal o cual ciudad, aquel vuelo, la estación del frío) parezca el mismo.

El tiempo así pasado es, por tanto, un no tiempo. Horas inconsútiles, días plegados, la masa de minutos. No nos movemos, en realidad, solo hay una lenta evolución hacia lo que llegaremos a ser. Sin pista alguna. Y lo engañoso, en realidad, es pensar que cuando salimos del no lugar volvemos al tiempo. A la recta ilusión de que hay algo que orienta lo que el tiempo dibuja.

¿Y si la vida es un no lugar? Ese espacio donde lo intenso de la personalidad no encuentra eco o tribuna. Entonces solo queda colorear las horas. Con la fosforescencia de lo que pervive o el pastel del aburrimiento. Yo prefiero el azul turquí, sombra de siena, amarillo indiano y aguamarina. Como Frenhofer, el pintor de Balzac, mostramos el lienzo manchado y nos engañamos diciendo: he ahí un retrato.

Un presagio

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Un presagio es el primer poemario de Miguel Ángel Serrano. Publicado por Bartleby editores en mayo de 2.013. De la contraportada:

Hay más impedimenta que la simple maleta. Todo viaje implica un regreso, aunque solo sea a un territorio imaginado. Un presagio es un intento de despojarse del peso que nos vence para entrar en un relato telúrico del que no podemos tener conoci- miento pleno, pero sí sensación e impronta: la huella que deja en el que va a su encuentro es el alma poetizada, la realidad como una aguada leve en un lienzo de seda.

Miguel Ángel Serrano se adentra en ese terreno siempre desconocido, anciano y honesto del paisaje mostrado sin tapujos: el orín y la luz de enramada, el frescor del soto o el sol hiriente del labrantío. Lo hace con el presentimiento de que el lenguaje puede solo ser nimbo o símbolo, pero nunca plenitud. Ese presagio es el que alimenta el ánimo pese a saberse batalla perdida.

La necesidad de encararse con la escena y dejar que azote el viento, la escarcha o lo que venga, con la única respuesta posible de la reflexión y el sentimiento. Y la vuelta a sí, como después de un sueño colorido, inevitablemente deja una cicatriz, apenas vista, que tal vez invitará al lector a dar su primer paso. Este libro aspira a acompañarle.

 

 

Cincel del tiempo

 

El tiempo es el escultor más eficaz y persistente. Tiene la caricia de la lija fina o el golpe de escoplo. Desbasta la madera, pule y horada la piedra y el alma, santifica el despojo. Otros, cabalgándolo, se aferran al objeto: líquenes de la hora, la termita agente, el ansia, la doblez de la hoja y la conducta. Trabaja sin modelo porque el modelo es efímero y también lo aplasta con su cadencia terne. Mira en el espejo la imagen rugosa, la piel de arena en la roca, el malestar.

Y cuando el frío ronde y escasee el agua, cuando ya nada pueda llevarte a no ser tú, cuando creas que Akaba era escapatoria, vendrá una ayuda siempre sabida y el tiempo, sabio y amable, dará forma a lo que mandaba la piedra, la madera, el pobre barro. Y así la sed encontrará al fin medida.