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Goya en Madrid. Cartones en el Museo del Prado.

«Francisco de Goya y Lucientes 016» de Francisco de Goya - http://www.museodelprado.es/en/the-collection/online-gallery/on-line-gallery/obra/the-snowstorm-or-winter/. Disponible bajo la licencia Dominio público vía Wikimedia Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Francisco_de_Goya_y_Lucientes_016.jpg#mediaviewer/File:Francisco_de_Goya_y_Lucientes_016.jpg

Goya: La nevada. Wikimedia Commons

Repasando mis notas de la excelente exposición Goya en Madrid, en el Museo del Prado, doy con alguna idea que me atrevo a comentar. ¿Qué no se ha dicho de Goya como precursor, genio, pintor excelso o cronista social de Madrid y la Corte? De manera que lo mejor es dejarse llevar por el paseo. La exposición está compuesta por los cartones que Goya pinta para su posterior conversión en tapices en la Real Fábrica. Como siempre, el aparato crítico del Prado es excelente, y nos deja entender, puesto que no hay un hilo temático, los gustos de los patrocinadores de los siete encargos: así, desde las escenas de caza a las estaciones, pasando por los vuelos en globo, Goya presta su pincel a una gran variedad de temas: el juego, las costumbres, los niños, el deseo… Para los aficionados, un deleite: incluso se puede escuchar música de la época en una de las salas. La obra de Goya se ve escoltada por otros referentes temáticos: excelentes pinturas de Snyders, Tiépolo, Zurbarán, Velázquez…

El cartón huye de la miniatura, pues siempre hay que considerar que la hilatura de un tapiz no alcanza tal precisión, y hay constancia de las quejas de los tejedores por el excesivo detalle del pincel del artista.

Cada cartón de Goya merece una atenta contemplación, pero hay algunas piezas que nos detienen porque nos hacen contener la respiración: Riña de gatos, por ejemplo, cuya autoría se discute pero que es una delicia. La nevada es un prodigio de dramatismo y sublimidad. Pero como siempre, los cartones de Goya destacan en el trato de la vida cotidiana: las escenas del cazador embebido en la faena, como haría hoy un reportero. Eso hace que, por ejemplo, la figura central del retratado esté en una posición de tres cuartos, dando la espalda al observador. Los retratos de instantánea que capturan la expresión de los invitados de La boda: cada personaje deja depositada, con su expresión, su parecer sobre el casamiento de dos desiguales. Qué amena conversación sostuve junto al cuadro… La crueldad de la situación de los niños, a los que Goya no endulza, los perros, el baile y el juego.

Y siempre, eso es lo que me maravilla de Goya, un trato con la luz al servicio de la escena, con pantallas de una transparencia asombrosa que dibujan los planos con una profundidad inigualable. Mucho se habla de los cielos madrileños de Velázquez, pero los de Goya son campo de juego, edén de claridades. El majo lo es como Goya lo pinta: igual que Shakespeare, según Bloom, se inventa lo humano (la pasión, el gozo y condena del amor, la chispa de la comedia hecha trágico incendio), creo que Goya se inventa el Madrid de su siglo y sigue, hoy, sobrevolando la ciudad. Goya en Madrid y Madrid en Goya.

Goya en Madrid. Museo Nacional del Prado. Hasta el 3 de mayo.

Un nuevo museo en Madrid. Fundación Carlos de Amberes.

 

Wikimedia Commons. El Martirio de San Andrés, de Rubens, c. 1638-39

Wikimedia Commons. El Martirio de San Andrés, de Rubens, c. 1638-39

Una de esas noticias inhabituales me impulsa a la visita rápida: un nuevo museo en Madrid que viene a sumarse a la larga lista de paseos pensativos a la que nos tenemos acostumbrados. Uno de esos espacios íntimos, pequeños, que se convertirán, cuando la espuma de la novedad haya pasado, en un lugar al que volver cuando el peso del siglo sea excesivo. Como el Lázaro Galdiano o el eterno Sorolla.

La Fundación Carlos de Amberes se convierte en museo. Al desgaire, escucho conversaciones que dicen que se debe a que ya no recibe ayudas del Estado, que bien podría ser. San Andrés, desde el tormento imaginado por Rubens, no parece extrañado. Apenas una treintena de obras, algunas espectaculares, como todas las del gran pintor. Pero también Teniers el Joven,  o el maravilloso Van Dick.

Antiguo hospital de San Andrés de los Flamencos, recibe al peregrino, aunque no provenga de Flandes, con un aire lo suficientemente tranquilo. Para el espectador español, tan acostumbrado a la retórica religiosa de los cuadros de gran tamaño, los pequeños placeres de la vida familiar y social (el bodegón (Snyders), la fiesta (Van Alsloot), la caza (Fyt) o el retrato de familia (de Vos…) indican un gusto por el arte diferente, el de una burguesía que no desprecia el dinero y deja que lo cotidiano asome al óleo, en una sana desacralización de la pintura, que también alcanza al formato, más manejable. Naturalmente, la Corona y la Iglesia seguirán siendo los principales clientes de los pintores, sobre todo porque ya se ha iniciado el coleccionismo de la monarquía española, con Felipe II como ambicioso rector.

El museo, pues, recoge un interesante conjunto de piezas, casi todas ellas en préstamo por la remodelación del Museo de Bellas Artes de Amberes, que volverá a abrir en 2017 y otras del Prado y Patrimonio Nacional. Además del “fondo”, el visitante encontrará una exquisita colección temporal de grabados de Rembrandt, indiscutible maestro del dibujo, presidida, como no podía ser menos, por uno de los muchísimos autorretratos del pintor.

La joya del museo, que tiene la obra en propiedad pues fue quien la encargó (la Fundación cumple 420 años en España), es el Martirio de San Andrés, y solo por ella vale la visita. Es una de esas imágenes con capacidad de detener el tiempo y al observador. Una maravilla compositiva, con detalles escalofriantes, como la baba consistente del caballo que monta Egeas, de una cinética violenta, la terribilitá del santo o la contrición de los creyentes. Ese caballo de pequeña cabeza (junto a esta obra se encuentra Quos ego…, del mismo autor, donde veremos dos hipocampos fantasmagóricos de expresión horrorizada) compone la sólida base que reparte la luz hasta los putti de la esquina superior derecha: el cuadro todo es una dinámica expresión de la lucha entre el bien y el mal, entre los victimarios y los creyentes en sufrimiento. Egeas, procónsul de Acaya que se niega a convertirse, es muerto por el Diablo al regresar a casa.

Pero no es la única, naturalmente: el visitante podrá contemplar dos retratos de Michaelina Wautier, una excelente pintora en un mundo de hombres, o escenas de taberna, entre ellas, la maravillosa La muerte es feroz y rápida, de Van Craesbeeck. Busque el espectador el dorado símbolo de la parca, con arco y flechas, en la esquina inferior diestra, me lo agradecerá.

Wikimedia Commons. El sueño de Venus, de Jordaens. En realidad, la historia de Eros y Psique

Wikimedia Commons. El sueño de Venus, de Jordaens. 1.645. En realidad, la historia de Eros y Psique

Jordaens nos muestra su visión del locus cultural de Eros y Psique: la mujer que con trabajos de amor ganados llega a ver el rostro de los dioses, que es lo que le tenían prohibido, ayudada por algunos de ellos. Eros, al verla dormida, cae rendido a su alma.

En suma, una excelente noticia. Madrid, que fue siempre lugar de paseo y reflexión, un tanto alejada de la industria hasta que ésta lo ha invadido todo, tiene otro mandala para los que, como este comentarista, reciben su mejor alimento del arte: una manera efectiva de acercarse a los dioses. Como Eros en la contemplación de Psique, el visitante devient amoureux.

Museo Fundación Carlos de Amberes. Calle de Claudio Coello, 99, Madrid

El ¿libro? más extraño que he visto en mucho tiempo. Xu Bing.

A las tres de la mañana en el libro de Xu Bing

A las tres de la mañana en el libro de Xu Bing

Este libro no está en inglés. Ni en español. Ni en chino, aunque tal vez tendría alguna conexión más evidente con los ideogramas. Ni siquiera estoy seguro de que sea un libro. Tiene forma de libro y lo he comprado en una tienda de un museo, en el Thyssen. Es muy divertido, superficial y profundo a la vez. Y es muy inquietante.

Este ¿libro? ¿arte de producción masiva? ¿intervención? ¿manifiesto? no tiene palabras, siquiera. Es un lenguaje específico y todos los lenguajes a la vez.

En 1.988 Xu Bing realizó una exposición llamada Book from the sky. En ella, mediante caracteres chinos falsos, ponía en discusión la validez del lenguaje o su falta de adecuación a lo que se hace necesario y por tanto hacía más evidente su papel como herramienta de confrontación antes que de comunión. Al igual que en el caso de otros artistas asémicos, como Michaux, la andanada lo es sobre la línea de flotación de la transmisión cultural: por un lado devuelve un poder seminal al propio sistema de notación, pero por otro pone en duda la convención sobre la que se asienta el significado y por tanto, la capacidad de transmitir. La operación no es en absoluto asémica: el significado es poderosísimo puesto que se niega la base cultural y el contenedor de representación que implica el lenguaje. Es un mecanismo que solo conduce al idiolecto desde la unidad mínima de composición, la letra o en este caso el ideograma. Al modo de La vela de Finnegan, de Joyce, un libro imposible de traducir y casi de leer en su lengua nativa inglesa (trufada de expresiones en otros idiomas, como el latín), Book from the sky suponía un acto que podríamos calificar de autoritario en su arrogante posición como discurso inalcanzable y soberbio, en tanto que buscaba más el distanciamiento artístico que la transmisión de conceptos entendibles.

El debate, por tanto, se convierte en una conversación imposible pues nada transmite excepto la desconfianza absoluta en la capacidad del lenguaje. Esa duda que ya exponía, por ejemplo, Gabriel Josipovici sobre la posición del escritor (chamán del lenguaje, al fin) en el mundo, pero que se podría expresar también mediante una asunción del estupor: la misma sospecha que nos asalta leyendo La carta de Lord Chandos de que solo el silencio, y solo en el silencio, se atrapa la vivencia, sin signo asociado. Las elecciones de la materia para narrar (empezando por el alfabeto o el idioma) nos llevan a pequeños cobijos, y solo en la intemperie del mundo parecería éste cobrar sentido. Esta sensación de inaprehensión, que tanto ha castigado también a los pintores, está en la base del impulso de narrar, pese a que el escritor avisado, y también el lector, sepan que a lo máximo que se puede aspirar, como decía Faulkner acerca de su novela El ruido y la furia, es al mejor fracaso posible. La incomodidad con el lenguaje como mecanismo de representación (una rosa es una rosa es una rosa) atraviesa la cultura como un venablo en el corazón y la herida, pese a dejarnos moribundos, no nos impide la busca de esa comunión cabalística entre lo representado, lo dicho y lo real.

La operación, en Book from the ground, es probablemente de orden inverso. No se niega el significado al lenguaje, sino que se busca universalizar la señal de transporte mediante un “idioma” propio del no lugar: señalética de aeropuerto y simplicidad de los mensajes de los pictogramas. El resultado es visual y plano: es la muerte de la connotación, información pura, a veces escatológica, sobre 24 horas en la vida de un hombre, cualquier hombre (y eso también es inquietante). Por decirlo de algún modo, es el lenguaje de los sin identidad.

Si la poesía concreta, de la que este reseñista es humilde practicante, trata de devolver un significado visual al lenguaje, jugando con la grafía y tratando de empujar las fronteras del caligrama, la operación de Bing es la de negar el significado del lenguaje escrito o al menos poner de manifiesto sus límites. La realidad, por tanto, puede ser asida con herramientas muy pobres, negándose la elevación y ciñéndose, como la propia vida de muchas personas, a la anécdota. En mi caso, trabajo con versos sobre el paisaje, habitualmente: la impronta de una escena o de un vistazo llegan en el taller del poeta al verso. Dotar de una imagen propia a alguno de esos versos es también volver a la primera impresión. Y la demostración de que es un intento imposible que ni siquiera la fotografía, tan referencial ella, logra: atrapar verdaderamente la esencia de lo real. No obstante, la secuencia de la caza de la imagen y su sublimación en el verso y a la vez el “reciclado” de versos pre-existentes y venidos de la sensación ante el paisaje para devolver una idea visual (pasar del alfabeto al ideograma, en fin) es un círculo que se agota en sí mismo y expresa, al fin, una doble exposición a la vivencia que, lamento confesarlo, no amplía los límites de la precisión del significado: tal vez solo aporte, como ya anunciaba Proust, capas espurias de artisticidad.

Valga el excurso, y perdóneseme la atrevida intromisión de mis propias reflexiones sobre el asunto, para poner en perspectiva la figura del autor: Xu Bing, que lleva décadas estudiando las artes de imprenta, el arte y el significado social del mismo, consigue algo que inaugura y probablemente mata el género de la narración pictográfica. El libro es interesante, divertido, retador y de una creatividad asombrosa, pero también es una sublimación de lo fútil y lo ininteresante.

Hay más lecturas, naturalmente. Una posible es la de la globalización de la peripecia en culturas que están perdiendo sus rasgos de identidad. El día de un oficinista coreano no se diferenciará mucho del de uno alemán: lo terrible es que tal vez ninguno de los dos intente que ese día sobresalga, pero no porque no estén interesados en ello, sino porque la impresión de realidad que produce, precisamente, la actividad, ejerce una operación similar a la del lenguaje convencional al dotar de significados tranquilizadores a actos que, desnudados por Bing y estudiados con atención, serían casi aterradores en su vaciedad.

Tal vez conozca el lector los “mangas” japoneses sin texto. En este caso, se fía al dibujo el transporte de la emoción, que sí es universal, aunque solo sea porque nuestro cerebro reacciona automáticamente a las expresiones faciales y, según parece, a los emoticonos. La banalización de la emoción producida por este lenguaje reducido a su mínimo transporte es otra de las consecuencias. Y aunque la operación de Bing trata de llevar los pictogramas a su máxima capacidad de expresión, el resultado es desasosegante.

Entronca, por otro lado, con muchas tradiciones de la imagen como generadora de discurso, siempre utilizada por quienes saben de su poder. Normalmente, la lección de la gárgola, del capitel románico, quedaba casi en manos de la conseja, pues la misa en latín servía más para potenciar el misterio que para explicar la palabra. Era, por tanto, un respeto taumatúrgico. Paralelamente, se da, mientras se analiza el volumen (insisto en que no encuentro un verbo para describir la acción de enfrentarse a este libro) la familiar sensación de que estamos leyendo jeroglíficos, lo que se traduce en un juego ciertamente divertido. Pero el vacío del libro termina atrapando a quien se expone a él. Si siempre hemos querido conocer a Julián Sorel, a Madame Bovary, a Viernes o incluso a cualquiera de los Kas de Kafka, el presentimiento de que este personaje se parece demasiado a un lunes gris lo hace repulsivo… como un espejo.

Sería injusto, por último, no acudir a las explicaciones del autor, aunque solo sea por haberlas rebatido: “Hace veinte años hice Book from the sky, un libro de caracteres chinos ilegibles que nadie podía leer. Ahora he creado Book from the ground, un libro que cualquiera puede leer. Aunque son muy distintos, los dos libros tienen algo en común: independientemente del idioma o el nivel educativo, el libro trata a los lectores de manera igualitaria. Book from the sky era una expresión de duda y alarma sobre los sistemas de escritura existentes, Book from the ground expresa el ideal de un lenguaje universal y comprensible, y mi idea de la dirección que toma la comunicación contemporánea”.

Superar Babel o al menos el complejo.

Enfréntense a este raro experimento, este cruce de caminos entre el arte, la reflexión, la sonrisa congelada y el alarde. Encierra muchas más lecciones de lo que parece.

 

 

Xu Bing. Book from the Ground. The MIT Press, Cambridge Massachussets, 2013. Redifusióncon permiso de microrevista.com