Archivo de la etiqueta: tiempo

La infancia sin consuelo

Pecios urbanos. Miguel Ángel Serrano

Niega la memoria consentida o hace borrosas las vivencias: tapia balcones y cuando no puede ocultarse (como al hablar de una infancia maldita) deslíe y desune hasta que ya no hay historia. Pero hablar de las habitaciones y de lo que pasó en ellas es horadar el miedo o convocarlo: cuando han perdido la protección del muro se convierten en amenaza.

De lo que pasaba hablaban dos caminantes hasta sumirse en el propio recuerdo: al ver las reliquias del color, los azulejos desasidos, el añil ahora impuro, los huecos que tal vez comuniquen (y eso sería…) o la valla de alambre desganado.

Y pensando en un tiempo circular, el futuro se volvía volverá borroso o puro, y mostrará un tiempo vivido por vivir: pues tal vez no elegimos bien, o éste era todo el bien que nos cabía corriendo como niños asustados.

 

El futuro detenido

El futuro nos observa, pero no nos espera necesariamente

Dicen que el futuro espera, de forma pasiva, a que nos lleguemos. Pero creo que esa es una manera egoísta de ver la posibilidad, como si nos reserváramos el protagonismo o tuviéramos capacidad de moldearlo. Eso podemos hacerlo, y lo hacemos, con el pasado, porque nos figuramos distintos cada vez que nos contamos una misma historia.

Dicen también que la memoria es erosión de lo real, porque cada vez que nos acordamos de alguien variamos imperceptiblemente la espina de lo contado: y así lo hacemos más propio, pero vamos borrando, lentamente, a quien volvemos a imaginar. Es terrible: si no los recordamos, no podemos asegurar que sigan con nosotros.

Deberían decir que esto lo sabían los escultores de gárgolas. Las de la Catedral de Palencia, maravillosas, son un catálogo de historias que quieren meterse dentro para ser recordadas o para no serlo. Que no está claro que estuvieran pensando en el futuro.

El reloj de columnas

El Monasterio de San Andrés de Arroyo ha sido habitado durante más de ochocientos años. Siempre ha habido monjas allí. Viviendo dentro de un reloj de columnas que marcaba un tiempo que ya nos es desconocido. Los segundos secundarios, los minutos de minucia, las horas por la oración. Los años sin añoranza y los siglos vislumbre de un ciclo que se cumple, inagotable: siempre ha habido monjas allí.

Como si la piedra se fuera suavizando o adquiriendo un tono de piel clara por el roce, el claustro propone un juego de pasos regulares: tantos hasta la próxima columna, exactamente los mismos hasta la siguiente. Como ocurre siempre en estos lugares, la muestra de miles de pisadas por la misma estrecha senda erosiona las losas, que aparecen menos pulidas, holladas sólo por descuido, cuando son tapa de una tumba.

Y así, con el lento trepanar de los capiteles, la cadencia con ritmo de eras, la fuerza de lo sólido, el Monasterio de San Andrés estará habitado otros mil años. Siempre habrá monjas allí. Si faltan, tal vez sea presagio de que el reloj de columnas se ha parado y el tiempo con él.