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El diablo cojuelo

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En la costumbre, cada vez más arraigada, de mirar a lo Alto, encuentro a veces señales que es difícil no ver. Los caminos de aviones indecisos, grullas volando a ras de los cables y el temor, extrañas formas de las nubes: hongos, semblantes, declaraciones, un pensamiento.

El arma del diablo es la pluma, y perdición su curiosidad. Levanta los tejados para dejarnos expuestos o darnos la oportunidad de mostrarnos a otros. Pero la decisión la deja para nosotros. Si escribir en el agua es efímero (pero también ambicioso y atrevido), mostrar el útil en el cielo es arrogante e igualmente fugaz.

Pero la duda asalta: es herramienta del mal, de la ficción que nos aleja o tal vez el Ángel…

El aliento del mundo

 

A veces, como en un espasmo del cansancio,  deja escapar la tierra una queja. Roturada, molturada, surcada por arrugas del siglo y de los hombres, parece emitir, en su humildad marrón, un lamento sordo y desesperanzado.

El frío arranca un silencio desusado, de pájaros marchitos, y pinta en el lienzo del campo ese vaho del calor que parece escapar: un rescoldo de dentro, avaramente guardado y rendido finalmente al invierno. Y es en este descontento, en el corazón del corazón de ese frío impasible, donde el viajero siente una caricia de aceptación, tal vez desconsuelo.

Al calor del sol que vendrá se oyen los primeros trinos arrojados, y recupera el suelo su blandura: bajo la bota, el caminante la siente y hunde el bastón con la desgana del vencedor. Los caminos, más duros pero más invitadores, parecen mostrarse como avisos de un destino que enseñase otras postales, y la brisa…

Paredes de la casa desolada

Imagen en Galicia

Aprehender una imagen mediante el óleo es interpretar un cuento que los ojos, acostumbrados a la rapidez y la traducción simultánea, son a veces incapaces de narrar. La fotografía fija el presente, o un pasado muy próximo. La pintura, en cambio, parece mezclar futuro y pasado para formar un presente trabajado, de mano y mente.

Cazar un paisaje para pintarlo es ligeramente distinto de hacerlo para fotografiarlo. Se sabe que habrá una meditación pero que mientras la mano actúe solo habrá sitio para la sombra, la contraforma y el trazo.

Cuando se acaba el contento del hecho viene la apreciación crítica. No del logro pictórico, si lo hay, sino de lo que la imagen ha hecho a la tabla vacía. Una casa vacía y desolada, sin suelo, tensa la espera de la ruina, atacada o acariciada por las plantas, rodeada de una tierra sucia pese a lo fragante de los árboles.

Y una escalera rota que no permite subir, lo que nos deja solo una sensación de aplastamiento. Pienso en los que quedan varados en los pisos superiores, engañados, apenas durante unas semanas, por la sensación de estar a cubierto y sin mirar el pecio en el que se convierte, inexorable como la herrumbre, la vida de todos. Cuando el enjalbegado pierde el brillo y las ramas de la hiedra parecen apretar, como un puño cruel, el alma de quienes no miran.