Autopsicofonías

 

Escena del beso en Piasca, Cantabria. M. A. Serrano

Escena del beso en Piasca, Cantabria. M. A. Serrano

Algunos dicen que los sonidos se propagan por el aire sin llegar a desaparecer nunca, sino simplemente perdiendo potencia. Así, las ondas sonoras podrían llegarnos después de muchos años, una vez hubieran dado la vuelta al mundo, y susurrarnos al oído algo que ya habíamos olvidado. Es una condena o una bendición: tendremos que volver a oír los gritos a los hijos o el insulto a un amigo, pero también esa frase que ella convirtió en verso al mirarte.

Si yo fuera un científico y tuviera más inteligencia, dedicaría todo mi empeño a seleccionar solo aquello que debería ser inacabable y eterno para que me llegaran, cuando ya esté al final de mis días, algunas cosas que he dicho y que no he repetido suficientemente, y descubriría así que ser locuaz es ser olvidadizo y que ser callado es desear el futuro. Por eso escribir es dejar constancia muda: porque nos da miedo nuestra propia voz ultraterrena o circunterrena, y no nos fiamos de que el veredicto final no llene nuestros oídos de aquello que dijimos para inmediatamente arrepentirnos. Que nuestras últimas palabras las susurre el joven que fuimos y que ya está muerto. Que las diga Shakespeare, que fue joven por todos:

Deja que la elocuencia de mis libros,
sin voz, transmita el habla de mi pecho
que pide amor y busca recompensa,
más que otra lengua de expresivo alcance.

Parece que al fondo siempre hay una música…

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