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Artistas chinos deportados al campo

Un drama en el campo

Un drama en el campo

Leo que el gobierno chino ha decidido emprender una campaña de re-educación cultural al más puro estilo maoísta con algunos de sus intelectuales, que parece que han perdido las esencias de lo que debe ser el arte de la revolución. Se trata de mandarlos al campo para que reciban la benéfica influencia del contacto con el pueblo y el trabajo físico, de modo que puedan hacer obras maestras o al menos didácticas. También se trata de que dejen de ser seducidos por el ídolo del dinero. Y todo esto, porque a algún político chino se la ha ocurrido que los artistas deberían hacer aquello que probablemente él o ella no hacen: entender el flujo de la vida, el precio del sudor, el tacto del apero.

No es una versión light, aunque en teoría el exilio dure un mes. No lo es porque el recuerdo de las deportaciones, que eso son, está en el alma de los chinos y no está claro que haya una protección de los derechos de los artistas: sabrán cuándo van pero no necesariamente cuándo vuelven. Además del hecho, está la amenaza de la repetición.

¿Qué le hará esto a su obra? Caben dos posibilidades: la del sometimiento, la vuelta al muralismo, el canto al pueblo por evitar el problema; o la de la rebelión, el arte por el arte o el sometimiento al mercado, la carrera de la fama. Muchos artistas o intelectuales querrán salir de esa cárcel, probablemente, mientras desde Occidente esperamos los desenlaces. Pero lo que me pregunto es por qué ese ensañamiento con el arte o las ideas. Hemos visto casos similares en otros regímenes de todo color. Probablemente porque no hay nada más poderoso que la desnudez de la obra de arte o la arquitectura severa de una idea que se abre paso.

Quieren ponerle marcos al campo. Me pregunto también qué sentirán en los villorrios donde vayan a parar los condenados. Como en una pesadilla, volverán a verse depositarios de la esencia de la Revolución: si vigilan al deportado, por qué no vigilar a los que le rodean. Lo bucólico del campo, cuando no hay escapatoria, se convierte en la cárcel más gigantesca y triste.

 

Un descanso

La torre de la Iglesia de Santa María en Torremormojón (Palencia) es la más alta de la provincia

La torre de la Iglesia de Santa María del Castillo en Torremormojón (Palencia) es la más alta de la provincia

¿Dónde da descanso el labrantío inacabable de Castilla que no sea en el soto, cuando nace? ¿O en las balizas de los campanarios de los pueblos unidos por carreteras sinuosas y trigo arrogante? En medio de la tierra roturada, donde la vista quiere solo cielo, se alza la alta torre de la iglesia de Santa María en Torremormojón. Como un pararrayos del cansancio, refresca el silencio de la tarde y el paseante, atraído por la idea, el deseo, de escuchar música, se adentra en la nave de la iglesia y ésta zarpa y es mar quedo.

Un concierto de órgano y el propio órgano en reparación: es el concertista quien aporta el suyo. Y agosto quisiera otoñar en el frescor del arpegio. Suben las notas como plegarias y la piedra parece más blanda, como si se sostuviera el edificio solo porque habitantes y turistas la humanizan, de tanto en tanto.

Misericordias en la bancada: un pequeño engaño a la labor del día

Misericordias en la bancada: un pequeño engaño a la labor del día

Pienso en las misericordias de los bancos y en el agotamiento del espíritu que solo necesita ese apoyo para beber, de nuevo, lo heroico que esos pocos, como la Fundación Francis Chapelet, vierten como agua fresca sobre el cansancio del siglo.

Y respirar el recuerdo como vaho de agua helada.

Las vidas desde el tren

Las vidas desde el tren...

Las vidas desde el tren…

Un viajero sube a un tren de Alta Velocidad. Tanta que casi es como ir en metro, dentro de un túnel, el paisaje tiene esa distorsión como de dibujos animados: los postes no acaban de ser verticales, tienen una rara inclinación porque el ojo no está educado para eso. Así que los terraplenes, las montañas y valles, las granjas y túneles, parecen salidos de una película como si se hubiesen creído lo de ser secuencia. Quién quiere ser un simple fotograma.

El viajero mira el asiento de delante, repasa unos papeles, se dispone a ver una película aburrida. Siente algo de mareo cuando mira hacia fuera. Como si se le fuera algo en el paisaje. Pero no encuentra qué, no cómo pararlo. Sabe que cuando llegue a la estación y todo se detenga, el mapa se recompondrá y podrá ser explicado de nuevo, como en ausencia del tiempo. Aun así, respirará con desconfianza hasta que las escaleras mecánicas le saquen del andén.

Se pregunta si los demás también lo ven, pero nadie tiene tiempo, piensa, de pararse en estas cosas. Saca su móvil y cae en las redes sociales. Pero ahí no hay nada que le ayude a responderse. Pega el teléfono al cristal y comienza a hacer fotos y a pensar en su vida, la pasada y la que no ha tenido. Las que se le han escapado. No mirará las fotos hasta dentro de unos días y pasará el dedo  por la pantalla sin atención, con prisa, como si todavía estuviera en el tren.